Según los resultados de varios estudios, el ciudadano medio occidental pasa entre 3 y 4 horas diarias mirando exclusivamente el móvil, sin contar ordenador, televisión u otro tipo de pantalla. No es necesariamente la cantidad de horas lo que puede suscitar preocupación, sino la percepción del propio usuario sobre ese tiempo invertido: muchos reconocen que lo utilizan más de lo que les gustaría, que tienen una falta de control sobre sus patrones de uso, y la percepción de que es un tiempo –casi siempre– perdido. En definitiva, es la adicción por antonomasia más normalizada del siglo XXI.
Una de las principales razones por la que cada vez se pasan más horas frente al móvil son las notificaciones, que mediante breves estímulos audiovisuales captan la atención del usuario y lo incita para que revise la última novedad de su entorno virtual.
A nivel cognitivo, la distracción se entiende como una estrategia de regulación emocional, un mecanismo inconsciente que intenta cambiar el foco de una situación incómoda a una menos amenazante o que en principio reduce la angustia psicológica.
Por eso, es más fácil distraer a alguien cuando está llevando a cabo una tarea aburrida o complicada, y por lo que la facilitación de distracciones puede ser un problema para el razonamiento y la resolución de problemas. Aparte de las notificaciones, que quizás en tu teléfono están desactivadas, la distracción tiene otro impulso principal: el acrónimo inglés FOMO, que significa el miedo a perderse experiencias positivas con otras personas. Cuando se pasan muchas horas sin revisar las redes sociales, a algunas personas les entra una sensación agónica de estar perdiendo el tiempo a solas mientras sus contactos están haciendo planes extraordinarios. El FOMO, además, se ha exacerbado por el impacto de la pandemia y su consecuente aislamiento social.
Un estudio de 2014 concluyó que el acto tan típico de tener el móvil al lado todo el tiempo disminuye nuestra atención y produce déficits en la realización de tareas, especialmente las que requieren una mayor demanda cognitiva. Entonces, la presencia de un potencial distractor, sin que necesariamente se haga uso de él, puede ocupar algunos de esos recursos que socavan el rendimiento cognitivo y por ende la resolución de problemas.
Además, el diseño de interfaces digitales es intencionalmente atractivo, por lo que pocas veces el teléfono se queda a nuestro lado sin ser revisado periódicamente.
¿Tiene algo de malo ser adicto a la distracción? En el ámbito profesional, la distracción digital puede obstaculizar el rendimiento. Quien está constantemente revisando los e-mails, contestando mensajes de WhatsApp o abriendo y cerrando pestañas en internet necesitará el doble de tiempo para llevar a cabo una tarea. Aparte de ralentizar la consecución de cualquier tipo de tarea, estos hábitos también pueden alterar los patrones de sueño.
Tanto por las luces y sonidos que nos pueden despertar por la noche como por la luz azul, que interfiere con la producción de melatonina y puede dificultar la conciliación del sueño. Otra de las consecuencias más destacables es el sedentarismo.
Si dedicamos el tiempo libre a navegar por redes sociales, lo normal es que se pase la tarde sin darnos cuenta, y habremos pasado cuatro horas recostados en el sofá y absorbidos por la pantalla. Irónicamente, la solución podría estar en los mismos móviles. Cantidad de aplicaciones te ayudan a controlar el tiempo que se pasa frente a la pantalla, a bloquear las redes sociales en determinados momentos o a informarte sobre hábitos saludables. Algunos teléfonos incluso incorporan lo que se llama «modo zen», que bloquea el dispositivo por completo, forzando al usuario a no consultarlo bajo ningún caso.
El uso del telf móvil y las TICS debe ser un acto comedido y racional.
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